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Presentación de Priscila Mauriño

         Para empezar, me quiero detener en el título de este cuento oscuro: “El vientre del Lobo”. Cuando era muy chica, mi abuela me leía el cuento de Caperucita Roja, siempre fue mi favorito. Todavía recuerdo cómo me fascinaba la imagen del final, cuando el cazador destruye el vientre del lobo y como si fuera por arte de magia salen de ahí intactas, la abuela y Caperucita, listas para vivir para siempre felices. Nunca me pareció extraño que las dos salieran vivas, nunca me pregunté por qué no habían sido destrozadas por los grandes dientes del lobo ni corroídas por el ácido de su estómago asesino. Nunca me pareció extraño hasta que leí el título de esta obra y lo volví a pensar.

          Ahora entiendo, que nada que haya sido devorado por el lobo podría salir intacto de su vientre, nadie capaz de liberarse podría seguir siendo en esencia lo mismo. Entonces comprendí que la estadía en el vientre del lobo, podía ser una especie de portal de iniciación, esos lugares de los cuales si lográs salir, te van a dejar marcado para siempre. El pasaje a través del vientre del lobo inicia a cualquiera que lo haya vivido.

 

Clarissa Pinkola Estés dice en su libro Mujeres que corren con los lobos que:

“Cuando las niñas son muy pequeñas, generalmente antes de los cinco años, se las enseña a no ver y a considerar bonitas toda suerte de cosas grotescas tanto si son agradables como si no. Se las enseña deliberadamente a someterse al depredador.”

 

Mamá no está

me dejó sola al borde

del agua.

 

Dice la niña, abandonada a su suerte. El agua que causa la vida también causa putrefacción y muerte. Mamá no está, y la niña desalmada es presa del lobo, otra vez. Y yo ya no puedo, nunca más puedo, ver a Caperucita salir reluciente del vientre del depredador.

Qué clase de falacia es esa que nos cuentan tantas veces, que todo se basa en los finales felices, ¿por qué nadie nos cuenta qué pasa antes de llegar, cómo nos arrancan partes del cuerpo y del alma miles de veces antes de lograr siquiera imaginar el final? ¿Por qué no se puede decir? ¿Por qué está prohibido?

 

Yo me repliego en mi carne

embrionaria, carente de historia

y escribo un cuento de los que se atreven

a contar sin pelos en la lengua

lo que no se puede decir

lo que está prohibido.

 

          Este es su cuento oscuro. Al filo de la sombra, la pequeña aprende a ser invisible para sobrevivir. No es dueña de nada, ni de su cuerpo ni de los gatos que la ayudan a olvidar las malditas garras del lobo feroz. La niña está rota. La niña que era ya no es. No se puede salir indemne del vientre del lobo. El padre le enseña a la niña a caminar por el centro de la calle; le enseña que el depredador puede estar agazapado y salir a devorarla. La niña ya no es la niña a la que el Papá le enseña. Papá no sabe que en el fondo del agua el adulto rapaz no da lugar al salto de salvación, a la huida temeraria. La niña está rota. El depredador está cerca.

 

          Cada uno tiene cerca, agazapado a su propio lobo.

 

La abuela tiene cáncer, juego

con sus postales de colores sobre la cama

 

          La abuela tiene cáncer. Cada uno tiene cerca, agazapado a su propio lobo. El lobo de la abuela son células malignas, que se expanden devorando por dentro sus órganos y sus ganas de vivir. La abuela no va a salir intacta del vientre del lobo. Esta vez, va a ser comida por dentro, los dientes del lobo van a alimentarse de sus historias mágicas. La niña está rota y la abuela se va a morir. Cada uno tiene cerca, agazapado a su propio lobo. La abuela está muerta. La niña está sola. El depredador está cerca.

 

¿Quién cuida a la niña? Mamá no está. Papá no sabe. La abuela está muerta.

 

“Todas las criaturas tienen que aprender que existen depredadores. Sin este conocimiento, una mujer no podrá atravesar su propio bosque sin ser devorada. Comprender al depredador significa convertirse en un animal maduro que no es vulnerable por ingenuidad, inexperiencia o imprudencia.”

Otra frase de Mujeres que corren con los lobos.

 

          Melisa nos invita a abrir los ojos, a la historia de esta Caperucita, que podría ser la historia de cualquiera que nos atreviéramos a escuchar. Cuando la niña-rota está al borde del abismo, abandonada a su suerte, encuentra dentro de ella misma la protección que le hace falta. ¿Cómo vencer al lobo? ¿Cómo sobrevivir a sus garras? lo primero que necesariamente hay que hacer es aprender a aullar.

          Estamos en una época en la que el cuento de Caperucita y el Lobo parece repetirse día tras día, en las noticias, en los cuerpos de hermanas encontrados en bolsas de basura; en las caras golpeadas de mujeres sometidas por sus parejas; en niños y niñas abandonados a su suerte, en hogares que abusan de sus cuerpos y sus mentes hasta terminar con sus sueños de infante. Pero también estamos en un momento histórico, en el cual ya no educamos a las mujeres para ser complacientes a pesar de todo. Estamos dando lugar al encuentro de la mujer salvaje, de esa parte de la naturaleza dual femenina que fue negada por siglos.

          No es el príncipe el que salva a la joven doncella en peligro matando al dragón. El dragón es esa parte de la naturaleza femenina que fue sometida por años y que ahora necesita despertar. Las mujeres del mundo ya no tienen miedo de su propia fuerza, de su propia sombra. Estamos empezando a recuperar al monstruo que vive en nosotras, al monstruo que nos va a permitir defendernos del depredador. El grito del lobo no va a poder contra el grito de nuestra alma. Esto es lo que sentí cuando avanzaba en este cuento. Melisa tiene el don de convertir en arte toda la mierda que existe en el mundo, siempre se lo digo, y siempre lo sigue logrando.

 

Mi sombra

es la sombra de un lobo.

 

          Cuando podemos reconocer en nosotros la propia sombra, cuando podemos conversar con nuestros demonios, empezamos a recuperar la fortaleza que necesitamos para defendernos de las sombras y los demonios que aguardan agazapados afuera. Cuando Caperucita reconoce en sí misma su naturaleza salvaje, vuelve a recuperar las partes de ella que habían sido robadas. A partir de este momento, inicia una travesía de autodescubrimiento, de dejar atrás las culpas, y resignificar su historia.

          El olfato del lobo lo trae a escena una y otra vez. Siempre logra encontrar a Caperucita. Pero ya no estamos hablando de la niña-rota; esta joven-niña ya es dueña de su sombra, ya reconoce lo que está a punto de pasar y se entrega al juego de descubrirse en el otro, vuelve a nacer en las voluptuosidades que su oscuridad le ofrece.

Todo el terror de la niña-rota, pasa a ser parte de un ritual en el que la vemos despojarse de todo. La piel siente placer -ya no es horror-, las garras del depredador ya no lastiman, ahora sostienen su cuerpo, le dan otra vez vida. La niña-rota se arranca pedazos de ella misma, para dejarlos como souvenir de una historia de amor, que ella desde el inicio sabe, la dejará marcada para siempre. Pero acá se centra la diferencia: Ella sabe. Ya no es la niña ingenua que cayó en las garras del lobo feroz.

Melisa en este cuento prohibido, resignifica el lugar que muchas mujeres pasan a ocupar en una sociedad que no hace más que vernos como objetos o como víctimas. El personaje de este cuento, recupera su sombra y en un acto de amor desesperado deja una parte de esta sombra en el otro. Podríamos pensar que ahí está el príncipe, otra vez, salvando a la joven en peligro. Pero no. Esta mujer que comparte su alma sabe lo que hace. Aprendió a aullar como los lobos y es tan fuerte que se atreve a amar, a pesar de estar herida, a pesar de todo lo que no se puede decir. No es una víctima, es una sobreviviente.

Caperucita se entrega por completo a un amor oscuro, un amor que le devuelve la posibilidad de ser salvaje. Hay un dicho Sufí que dice algo así: “Destroza mi corazón de tal forma, que quede espacio libre para el amor infinito”. Se necesita de mucha fuerza para poder amar, y en este cuento, lleno de historias oscuras y muertes, el corazón de Caperucita se va destrozando en tantos pedazos que va dejando el lugar que le hacía falta para poder amar.

El lobo y Caperucita o quizás la parte oscura de cada uno de ellos, se entrelazan en un vínculo lascivo, en el que ya no hay víctima y victimario. Juntos aprenden a lamerse las heridas, a mirarse cada uno más allá de la máscara. Estar desnudo no es para cualquiera. En este recorrido, la niña-rota se va convirtiendo en una joven-niña-entera.          

estoy adentro tuyo, estoy viva

te siento respirar, te ofrezco

el tributo joven de mi piel

el temblor que te enceguece

de placer ilícito

en este abrazo que me asfixia.

 

          ¿Qué pasará con Caperucita al final? ¿Qué ocurre cuando Caperucita por fin se siente a gusto con el lobo? ¿Puede esta historia oscura de amor terminar como en los cuentos que nos leían cuando éramos chicos? ¿Habrá perdices? No lo sé, o sí lo sé pero no se los voy a decir, mejor lean el libro. Sólo puedo afirmar una vez más que nadie sale indemne del vientre del Lobo

Priscila Mauriño

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