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Prólogo

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Los mundos posibles del deseo

 

  Un encuentro es algo a la vez banal y extraordinario. Encuentros acontecen todo el tiempo, aunque pocas veces estamos a su altura. «Nínfula» es la historia de un encuentro entre dos, y sus consecuencias. Es, por un lado, una iniciación al deseo en lo que tiene de demoníaco, de inquietante, y en esto no le hace concesiones a ninguna moral. Es, también, el territorio donde el encuentro y su pérdida se hacen ficción, obra narrativa. Y es, finalmente, el acta fundacional de una autora y una obra, en la que conviven lo infantil y lo siniestro, la realidad y los mundos que la atraviesan, lo descarnado y lo poético. 

         Cuando por primera vez escuché a Melisa hablar de su obra, no sabía nada de sus posibles méritos literarios. Escrita como un arrebato, por parte de una poeta que incursionaba en la narrativa, bien podía ser una tentativa malograda, tal vez un  híbrido. Nada de eso sucedió: a medida que fui leyendo los sucesivos avances de la novela, y luego el texto completo, me iba encontrando con una prosa sólida y madura, al servicio de una historia en más de un sentido apasionante, y en un universo que hace intervenir en la realidad lo fantástico y lo onírico. Ningún estilo es sumatoria de influencias, pero baste mencionar a Lewis Carroll y a Cortázar, a Murakami y a Duras, para inscribir a esta obra y a su autora en la mejor tradición de una literatura que no rinde tributo a la pobreza de la realidad, sino que la impregna de misterio. (¿Qué es, sino un misterio, el amor?)

   Nada de esto resume a «Nínfula», que como toda verdadera experiencia sólo puede hacerse. 

A y G, tales las letras a las que se reducen aquí los nombres, anticipan en ese borramiento la metamorfosis que atravesarán, en la que dejarán de ser quienes eran para ser, indefectiblemente, otros. «Quizá te recuerde con mayor o menor nostalgia adelante, en otro cuento, en otra geografía, o con otra protagonista; pero será eso: un precioso recuerdo». La frase de G resulta un vaticinio, no sólo porque «Nínfula» es de algún modo su realización: toda la «Trilogía de lo perdido» lo es. A lo largo de ésta y de las dos novelas que la siguen, la ficción revelará su potencialidad transformadora, haciendo del pathos una vía estética y, sobre todo, la invención de un hacer posible. Si «Nínfula» es iniciación al deseo, «El fondo del mar» se adentrará en lo más oscuro del goce para desembocar, en «El tacto del viento», en lo posible del amor. En una verdadera ascesis, Melisa enlaza así estas tres dimensiones fundamentales de un modo singular.

La pregunta de «Nínfula» concierne al deseo: ¿entrará o no en el surco del amor, abrirá o no las puertas del goce? En el encuentro, se plantea sin dudas la elevación del deseo a pasión amorosa. Es en esto que el amor es promesa y, diga lo que diga, G no deja de prometer más de lo que sabe. Si sostendrá su promesa, si la juntura entre el amor y el deseo se mantendrá, la historia es respuesta suficiente, y al lector sólo le queda descubrirla.

En cuanto al goce, se demuestra accesible por las vías que el deseo le marca, y no sin el soporte de una escena perversa. Como una epifanía, G y A verán uno en el otro la realización de esa escena de deseo-goce. «Nínfula», nombre extraído de la ficción de Nabokov, es así marca fundamental de esta historia y anuda, en ese mínimo trazo, toda su trama.

Lo demás será juego de máscaras, multiplicación de los escenarios, puesta en tensión de esa escena a la que los protagonistas retornarán para interrogar su misma posibilidad. El tono unheimlich que va abriéndose paso en esos retornos delata la familiar extrañeza que esa escena encierra, en la que el lector se verá involucrado. Lo infantil y lo onírico nos darán aquí la clave para separar ese escenario de la así llamada realidad, al tiempo que inyectan, en la realidad, otros mundos. En ese movimiento reside, a mi entender, la enorme potencia de esta escritura.

         La obra inicia ahora el camino hacia sus lectores. Vertiginoso o lento, mi única convicción es que ese camino sabrá conquistarle un público tenaz. Ése es el destino de una verdadera obra, más allá del mainstream en el que cada época se reconoce, y a despecho de modas y narcisismos. La letra, cuando es verdad bien-dicha, prevalece. Scripta manent.

GABRIEL BELUCCI

Buenos Aires, mayo de 2019

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